Individualización

Hacia la emancipación emocional

 

Soy una semilla que cae en un bello lugar que me esperaba, a mí.

Me siento acogida, por una tierra, unas piedras, otras plantas, mucha vida a mi alrededor. Me acaricia una luz que no sé de dónde viene, y la busco, y entonces descubro algo que me mira.
“Te veo, estoy aquí para ti, bienvenida.”

Sí, me quedo, me arraigo, te tomo.
Me desarrollo, tomo de la tierra todo lo que necesito para crecer y ser lo que soy. Me salen raíces que penetran en las profundidades de la Tierra extrayendo agua, minerales y vida. Lo tomo todo y comienzo el viaje de emerger a la superficie tímidamente.

Estiro mi tronco, oteo en todas direcciones y me alargo y me sorprendo en mi brote verde y fresco que lleva a sitios desconocidos.

“Eres parte de este mundo, y él te da un buen lugar. No temas, adelante, a darte a la vida.”

Agradezco tu agua, tu calor, tu sostén y me lo llevo conmigo, para devolverlo y hacer algo bueno con ello. Gracias.

Mira con buenos ojos cuando yo lo hago en tu nombre y distinto a ti.

Llegó el invierno y me quedé blanco/a y volvió el sol y lo derritió. El verano y le sequía maduraron mis frutos y el otoño se los llevó.

“Ellos bailaron con otros, se fundieron con otros, se chocaron con otros, volaron y entonces encontró un sentido a ese baile mayor y más grande, que todo lo comprendía y ordenaba.”

Ese orden le recordó que la Tierra le estaba esperando y había un nuevo lugar para él/ella, esperándole.

 

Reconocer que no es posible crecer sin culpa, abandonando el paraíso perdido de la inocencia infantil y el amor ciego para responsabilizarse de sus propias decisiones en relación con su proyecto vital.